Después de las elecciones recién pasadas el 21 de noviembre, donde fueron elegidos los dos candidatos que irán a diciembre por la segunda vuelta, el fenómeno que sorprende es el de JAK. Para la mayoría algo inesperado, pensando que hace poco hubo un estallido social que cuestiono al modelo neoliberal y que en octubre del año pasado, el 78 % del electorado votó por aprobar la realización de una nueva constitución que sustituiría al actual -instala por la dictadura pinochetista. Pero ¿Qué paso? Hoy vemos como la alternativa de extrema derecha se proyecta como la primera mayoría en la carrera presidencial obteniendo cerca de 27,9 % de los votos, aproximadamente 2 puntos arriba de su más cercano contendor Boric con un 25,8%. Lo cual supone una preocupación tanto en temas de derechos sociales y humanos, como el destino de la propia convención constituyente.
El exceso de confianza y de exitismo en las fuerza progresistas de izquierda –panfleteado hasta el colmo de lo absurdo en el tan famoso “venceremos y será hermoso”-, revotó con la cruda realidad. La desazón de lo incomprensible y lo lapidario de los resultados, solo habla de la incapacidad de quienes buscamos la transformación social de apropiarnos de nuestro presente, de no saber leer aun nuestra sociedad, de seguir trasplantando esquemas del siglo XX a una realidad chilena que mutó profundamente desde la instalación del neoliberalismo. Una sociedad que no se identifica ya con categorías como el campesino, el obrero o el poblador. El neoliberalismo modificó a tal grado la fisonomía de la sociedad chilena, que las consignas y la forma de concebir la organización deben ser replanteadas. Y si no aprendemos a leer este nuevo Chile estaremos sedimentando un comino lleno de derrotas.
En política no hay atajos posibles. La política es un tema de fuerza y no de mera conciencia y voluntad. Quien sepa imprimir mayor fuerza a la correlación ¡gana!, eso es definitivo. Quien movilice mayor fuerza social, más dificultará al adversario, estés como estés. Si de fuerza hablamos, en esto no hay atajos posibles, sino se encanta a las personas, sino te ganas al pueblo, sino acercas amplios sectores sociales a tu proyecto, el otro lo hará. Queda claro qué algo nos dicen aquellas candidaturas sin despliegue territorial. Todas estas candidaturas se proyectaron mediante redes sociales y medios de comunicación (los cuales tienen la capacidad de subir y bajar un candidato, manipulando la opinión pública) representando un porcentaje no menor de votantes que se aleja de los cánones políticos clásicos. Hoy más que nunca, quien no ve estos dos campos de acción está destinado a correr cojo por una larga pista de carreras. Te puede ir bien en lo territorial pero sin presencia en los medios digitales y de comunicación de masas (fenómeno Jadue) se chocara con una barrera sin parangón, puedes tener un despliegue comunicacional, posicionarte como candidato, hasta ganar una elección, pero sin despliegue territorial (fenómeno Parisi y Boric) no será suficiente para levantar y defender un proyecto de sociedad. Justamente éstos dos elementos son claves para entender la victoria de Kast, buen manejo comunicacional, apoyo de sectores empresariales y de medios de comunicación, un discurso que movilizo fuerzas tradicionales de la derecha y sobre todo la confianza que género en capas populares situadas fuera del mapa de los grandes conflictos, como lo son las zonas rurales del país.
Se dice que después de la tormenta, siempre sale el sol. Y ahora podemos ver con mayor claridad y expiar nuestros pecados. Pero siempre será más fácil culpar a los otros, tener un locus de control externo, refugiarse en la zona de confort, irse al sucucho de contención emocional o apelar al más drástico sentimiento apocalíptico, de que no hay remedio. Todo eso siempre será más fácil que vernos las caras y preguntarnos que estamos haciendo mal y cómo podemos corregirlo. Lo sucedido nos deja una gran enseñanza.
Si prestamos atención a otros países, fenómenos como el de Kast no son nuevos, estos han proliferado por todo el mundo, algunos con mayor éxito que otros, pero que responden ante la retirada de las fuerzas políticas tradicionales en los escenarios políticos y el resquebrajamiento del modelo económico –como imaginario, en tanto articulador de esperanza-, ejemplo de esto: Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, en Europa: Hungría, Polonia, Alemania y España. Por tanto, esto responde a algo sistémico, son signos de la época convulsa en la que nos encontramos, por lo que no faltaran salidas de todo tipo ante la falta de certezas.
El fenómeno JAK responde a las convulsiones que está sufriendo nuestra sociedad. El neoliberalismo al desaparecer como un proyecto que moviliza mayorías- no así de facto-, no colinda con un nuevo proyecto que tome su lugar, existiendo un vaciamiento en cuanto a la dirección de la sociedad en su conjunto. En ese sentido, asistimos a un mundo en crisis, en donde el discurso que predominó largamente los años 90 entra en declive, y por otro lado la incapacidad de una izquierda de levantar un proyecto de mayorías. La carrera en ambos lados es desesperada, la búsqueda por alternativas que puedan procesar la conflictividad a corto o mediano plazo.
Si hacemos una analogía, al igual que una persona en crisis, esta puede mostrar signos de mejoras, con la salvedad que en la misma proporción pueden darse diversas recaídas. Dentro de una crisis, el pez fuera del agua da coletazos de un lado a otro, de derecha a izquierda, de arriba abajo, ayer el coletazo favoreció a la izquierda (El estallido social y la convención constituyente), hoy favorece a la derecha (La votación por Kast). Todo es fluctuante. Álvaro García Linera varias veces ha insistido en la idea del Empate catastrófico, pero este empate no son de dos fuerzas con proyectos definidos en disputa creciente, sino un empate en tanto ausencia de alternativas que pueda enhebrar el sentido común de las mayorías. Esto claramente abre el paso al personalismo y a personajes totalitarios como Kast. Pero las victorias que se puedan tener mediante estas formas, estarán condicionadas por el vaivén de los acontecimientos. Las victorias y derrotas irán de un lugar a otro sin parar, hasta que la sociedad encuentre su nuevo acomodo –así lo demuestra la tendencia en otros países.
Como en todo ámbito de cosas, cuando existe incerteza, inseguridad y desconfianza, las personas buscan patrones que le otorguen la sensación de estabilidad y de orden. Un mástil para aferrarse y no caer del barco. En la medida en que no se levante un proyecto societal que encante a vastos sectores sociales, estas remitirán su apoyo a aquellas figuras que les entregue -o que les haga recuperar- la sensación de seguridad y estabilidad perdida. Y en este juego la derecha es hábil. En este tramado convulso, quien mejor se maneja en los tiempos de fluctuación constante es la derecha, por su capacidad de movimiento y de sortear de mejor forma – pero a corto plazo- los altibajos de la crisis.
Antonio Gramsci decía que en las crisis son momentos donde lo nuevo no tarda en aparecer y lo viejo en desaparecer, y que en ese claro oscuro aparecen los monstruos, es decir, los miedos, la confusión, las dudas, etc. En tiempos de crisis, Gramsci constataba la perdida de orientación por parte de la sociedad y un extravío de las fuerza políticas.
Si ante una crisis reina la confusión, ésta pasa porque el aspecto racional de nuestras decisiones desaparece, los preceptos lógicos con que ordenábamos la sociedad se desmoronan o no tienen la misma efectividad, imperando de esta forma más lo emocional -el temor a la incertezas por lo general-, apareciendo respuestas desesperada por la sobrevivencia. Quien apele más a ese sentido común (Un sentido común que históricamente ha sido conservador) es quien tendrá réditos políticos. Y lo que la izquierda no previó, la derecha lo cosechó. Apruebo Dignidad (AD) siempre recurrió al discurso racional, al de la conciencia, jamás apelo a las necesidades inmediatas de la población, a su sentido común. Y cuando las acciones políticas no tienen una correspondencia con las condiciones generales y específicas de la realidad concreta, estas quedan a destiempo y hasta anacrónicas, no cuajan, no hacen sentido y perecen. Al no tener una mirada general de la sociedad chilena, se habla en todas partes de la misma forma, y cuando debe referirse hacia otros sectores no se tiene qué decir. Caemos en un infantilismo.
Como izquierda aun no dejamos de apelar a los elementos consientes de la sociedad. Cuando la consigna es ¡Parar al fascismo! solo se habla al mundo de los convencidos, quedando aprisionados en una jaula donde no se crece por ningún lado (Boric no creció mucho luego de las primarias). Y no hay peor ciego que el que no quiere ver. La izquierda no sabe llegar al mundo rural, al mundo religioso, a las regiones, al sur, al mundo de las fuerzas de orden, al empresariado, al mundo de pequeños comerciantes, a los medios de comunicación, a todo el mundo que conforma aproximadamente el 50% de la gente que no vota, etc. Lenin decía que hay que tener políticas para todos, que así y solo así se construye hegemonía. Y la hegemonía es el motor de toda victoria política y la clave de la misma gobernabilidad.
Pues, ya es hora de bajar del olimpo y caminar en el barro. La izquierda habla de manzana cuando el pueblo quiere peras, la izquierda habla de derechos, feminismo, extractivismo, democracia, discriminación, etc., cosas súper necesarias y que urge ser tratadas, pero son temáticas alejadas de un pueblo que quiere medidas concretas para su vida concreta, soluciones simples ante dilemas que son sentidos de forma inmediata, ej. La inmigración, delincuencia, empleo, salud, educación, vivienda, etc. La extrema derecha entendió esto y justamente apeló a un discurso sostenido por cuatro ejes: seguridad, inmigración, el tema valórico y lo económico. Mas aterrizado a los sectores donde podía mellar con mayor facilidad al no tener un contrapeso. Forjando así vínculos con diferentes sectores: el mundo religioso y de orden, capas altas y populares de la sociedad, y sectores regionales y rurales. Logrando crear un nicho de votantes efectivos. Es por ello que AD debe salir del mundo metropolitano y universitario, emanar un discurso con propuestas concretas que expandan su radio de votantes, y dejar de apelar a la llamada conciencia, olvidarse de capturar descontento con discursos rimbombantes contra el fascismo, que si bien es una peligrosa posibilidad, no deja de ser al fin y al cabo, una consigna –que no convoca-, que solo nos hace colocar más troncos de distancia ante la población en general.
Por: Pablo S.