Por Cristián Fuentes Pardo
Instituto de Estudios Críticos de Chile
Enormemente significativos, y debatidos, son los resultados electorales del último comicio en Venezuela. Para uno y otro lado, los resultados son difíciles de interpretar. ¿Cómo no? El panorama actual se muestra incierto, abierto y complejo para cualquiera de los bandos enfrentados. Sea lo que sea que vaya pasar, estamos lejos de vislumbrar un salida clara y rápida al conflicto social y político venezolano.
Para la oposición nacional e internacional los resultados electorales recientes darían cuenta de una suerte de desgaste estructural del “régimen chavista”. Frente a ello, presurosos, decretan la ilegalidad -a priori- de éste, esbozando el (re)comienzo de una nueva fase de movilizaciones sociales y políticas contra una “dictadura” que pretende perpetuarse en el poder a toda costa. Desde el ángulo del oficialismo(1) y sus aliados políticos más estrechos(2), los resultados dan cuenta de un triunfo contundente contra una oposición desmembrada, carente de liderazgo y proyecto político claro, pero que logra asegurar -al menos- por cinco o seis años más el control sobre el poder el ejecutivo y la estructura general del Estado.
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Descartando la supuesta ilegalidad o vicios en el proceso electoral mismo(3), el número de votantes y los porcentajes obtenidos por la totalidad de los candidatos, demuestran una serie de condiciones y correlaciones de fuerzas políticas que marcan a fuego el comienzo de este nuevo ciclo pero sin determinarlos de manera absoluta.
En efecto, la abstención fue considerable, por sobre el 50%, cuestión sustancialmente compleja -quizás grave- para un país que desde 1999 había vivido una fase intensa de re-politización social; la más potente y aguda, sin lugar a dudas, de todo el continente latinoamericano. Este hecho es más que significativo, pues precisamente uno de los grandes baluartes del proceso bolivariano había sido el desarrollo de todos los cambios y reformas sobre la base una altísima tasa de participación electoral, acompañada con un sin fin de elecciones y referéndums; básicamente una relación relativamente equilibrada, muy potente desde cualquier ángulo, entre democracia representativa y democracia participativa. Disminuir en un 20% la participación electoral, en cualquier sistema democrático, en el transcurso de menos de un lustro, no puede ser sino que sinónimo de un profundo malestar social, incluso de desafección política (en potencia). Esto, nos moleste o nos alegre, no puede ser leído ni entendido de otro modo. Ahora bien, un nivel de participación electoral cercano al 50% no es en absoluto una crisis de participación o una crisis de legitimidad política, menos aún una crisis de representación o una crisis hegemonía; ni respecto al sistema democrático ni en relación a las fuerzas políticas en el poder, aunque pudiese ser el primer síntoma de ello. Con la excepción de Bolivia, y de los países donde el voto sigue siendo obligatorio, el porcentaje de participación del país petrolero se ubica en el promedio de los vecinos, incluso por sobre Colombia y Chile (si tomamos los promedios del último lustro). Pero la abstención resulta aún más particular cuando observamos que el voto de Nicolás Maduro esta dentro del margen obtenido en elecciones anteriores. ¿Qué significa ello?, pues que se abstuvo casi únicamente la oposición, junto a una fracción menor que regularmente vota oficialismo. Aquello, por supuesto, resulta muy significativo para el presente y el futuro inmediato de Venezuela, pues da cuenta, en gran medida, de la base social del oficialismo y la oposición.
En nuestra hipótesis, habría ocurrido más o menos lo siguiente:
a) La oposición no fue capaz de ponerse de acuerdo para presentar un candidato común, siendo finalmente Henri Falcón quién se ubicó a sí mismo en frente de la derecha en esta elección. Pero Falcón no pudo articular los acuerdos necesarios para sumar a la Mesa de Unidad Democrática (MUD) en plenitud, quienes se mantuvieron (mayoritariamente) enmarcados en la política de rechazo de las elecciones y de des-legitimación del sistema democrático, especialmente de la Comisión Nacional Electoral (CNE) que se encarga de la administración formal del sistema, pero también respecto al poder ejecutivo y la Asamblea Constituyente. La MUD, sin lugar a dudas, acaudilla a la mayoría del voto opositor, por tanto su rechazo a las elecciones fue el principal factor des-movilizador del votante derechista o anti-chavista.
La MUD, por cierto, no entró en la contienda electoral pues calculó, después de muchas cavilaciones, que era imposible ganar frente al repunte de liderazgo del oficialismo, luego de la seguidillas de triunfos electorales, primero en la Asamblea Constituyente y luego en la contienda por Gobernadores y Municipios. Entonces, ante una derrota inminente, sin la unidad necesaria para un enfrentamiento electoral eminentemente complejo -el que además entregaba legitimidad al proceso democrático-, era mucho mejor optar por un rechazo a priori; en línea, por cierto, con lo propiciado por el Grupo de Lima, la OEA y los EEUU quienes apuestan más bien a una salida violenta para la crisis venezolana(4).
b) La oposición ciudadana en Venezuela esta ubicada principalmente en las capas medias de su sociedad. Por supuesto que también en la clase poseedora, aunque esta es muy pequeña numéricamente, pese a su poder. La fracción social ligada a los grandes grupos económicos nacionales o al capital extranjero venezolano, ha ido optando por abandonar el país ante la crisis. Sus negocios son manejados desde Miami, Panama u otras capitales extrajeras. Pero este sector, pequeño pero importante decíamos, sigue vinculado con Venezuela, manteniendo y financiando la oposición democrática y/o golpista, pero no afectando -significativamente- la tasa de participación, la cual recaía mayoritariamente en las capas medias. Estas capas medias, en cambio, durante los últimos dos o tres años han ido abandonando el país. Golpeados por la crisis, la inseguridad o simplemente la imposibilidad de vislumbrar un futuro inmediato que les entregue ciertas comodidades o condiciones mínimas de existencia (acordes a sus aspiraciones y acostumbrados privilegios). Se han movido a otras latitudes buscando, básicamente, mejores condiciones de vida y trabajo (en su mayoría son profesionales), además sostén para sus familias que aún están en Venezuela. Es innegable, hay que subrayar, que esta fracción social esta compuesta por millones de mujeres y varones. ¿Qué es lo importante de esto?, lo que ocurre es que las capas medias profesionales eran, hasta hace poco, el sector que más dinamizaba la protesta en las calles venezolanas, a la vez que también eran quienes abultaban -en millones- los votos de la derecha y sus candidatos(5). Su ausencia física, combinada con su desafección respecto a la institucionalidad democrática venezolana, los convierte en un factor que también terminó afectando el porcentaje de participación electoral.
A propósito de lo anterior, no podemos dejar de señalar que una de las características más significativas del proceso bolivariano desde sus comienzos fue que se sostuvo (y se sigue sosteniendo) sobre una base social compuesta por millones de personas del campo popular: los pobres, los desposeídos y los marginados.
En la Venezuela de la Cuarta República(6) existía un 70% de pobreza (40% en la pobreza extrema)(7) y un 10% a 15% que teniendo trabajo apenas lograban sobrevivir; fluctuando irregularmente entre en la pobreza relativa y paupérrimas condiciones de vida o -aún peor- entre la pobreza absoluta y condiciones miserables de existencia. Solo escapaban de esta situación el empresariado, los sectores medios profesionales y los trabajadores asalariados del petróleo o áreas afines; además de algunos sectores del pequeño y mediano comercio o producción. O sea, en la práctica, no más allá del -apenas- 10% o 15% de la sociedad vivía de manera más o menos decente. Bajo este marco, la máxima aspiración que un pobre venezolano podía tener -durante todo este largo período-, era entrar a un sector social comparativamente mucho más privilegiado: la clase obrera. Ser asalariado, en aquella lejana Venezuela, aunque fuese en pésimas condiciones, era una virtud que pocos y pocas lograban alcanzar durante sus degradadas vidas.
Es imposible entender el apoyo al proceso bolivariano sin conocer este aspecto esencial de la historia venezolana reciente.
Muy rápidamente el proceso logró elevar las condiciones materiales de vida de la gran mayoría de los pobres de Venezuela, incorporando a millones de personas a la clase trabajadora; a la vez que eran integrados políticamente a la sociedad civil; convirtiéndolos, incluso, en los sujetos de la revolución en curso. Elevación de las condiciones de vida, empoderamiento y protagonismo, son consecuencias significativas de los primeros años del proceso, cuestiones que sin lugar a dudas, en gran medida, aún perduran. Esa inmensa masa, junto a sus hijos e hijas, precisamente son quienes hasta el día de hoy sostienen este proceso y apoyan electoralmente -pese a todo- a cualquiera que se ubique como líder o representante de aquella corriente (el chavismo) que los sacó de la pobreza y el anonimato, que les entregó la vida y la existencia, e incluso -como es común oír en Venezuela- les hizo sentir por primera vez en sus vidas orgullo por haber nacido venezolanos o venezolanas. Bien o mal, nos guste o no, difícilmente esa inmensa mayoría social (advenido en mayoría política) abandonará el proyecto que les cambió la vida, aunque ello signifique en lo inmediato seguir braveando contra una crisis económica que parece aún no tocar fondo.
Por otro lado, para el oficialismo, en el plano electoral, al margen de la grandilocuencia típica de los triunfadores, la victoria -mirada fríamente- debe ser por lo menos perturbadora. En efecto, el triunfo es contundente pero con una tasa de participación gravemente degradada. Pero además, la sensación del venezolano (votante del chavismo e izquierda), resulta a lo menos amarga y contradictoria, incluso desoladora en muchos aspectos. Maduro prometía un piso total de diez millones de votantes (del cual estuvo lejos). El compromiso era que sobre ese piso mínimo de participación, la ofensiva oficialista que -suponemos- comienza con el triunfo mismo, sería de tal magnitud y contundencia que significaría la superación al corto plazo de la crisis económica, o al menos de sus efectos más graves. El argumento es falaz, el manejo macro-económico del país no tiene en absoluto que ver con la cantidad de votos que respalda una candidatura presidencial. Distinto, por ejemplo, sería conseguir una mayoría abrumadora en un parlamento que requiera ciertas mayorías calificadas; o en el contexto de una competencia electoral bajo la forma de plebiscito o referéndum. El venezolano medio, el votante chavista y de izquierda, sabe muy bien esto; es plenamente consciente de que la situación no puede ser sobrellevada sino es sobre la base de un manejo adecuado, eficiente, inteligente y -sobre todo- honesto del timón económico (y por tanto político). El resto es leído, simplemente, como una bravuconada o un bluff que encubre, en el fondo, el objetivo de demostrar a la comunidad internacional, mediante votos, que tanto el proceso como el sistema democrático gozan de vida y legitimidad.
Ciertamente el boicot económico nacional e internacional es real, grave, sistemático, y ha logrado hacer estragos en la economía bolivariana. Pero que la política de desestabilización económica sea posible, es sobre la base de la existencia un cómplice obvio: una burocracia estatal ineficiente (incluidos el poder ejecutivo) y profundamente corrupta (sobre todo a nivel de jefes y responsables medios). Sin este tipo de burocracia, cualquier tipo de boicot, sabotaje y guerra económica, resulta a lo menos estéril o poco efectiva. Ese es el punto.
Si queremos buscar un verdadero acto de “tiranía” en el proceso bolivariano –en su fase actual- lo podemos encontrar precisamente en su burocracia. Jugando con una vieja idea de Hannah Arendt, podemos decir sin cavilar que: si la tiranía es la forma de gobierno donde el poder no da cuenta a nadie de sus actos; y la burocracia es un a organización anónima que opera sobre un eterno y complejo sistema administrativo donde nadie es responsable de absolutamente nada; el dominio político-estatal de una burocracia anónima y corrupta no puede ser sino no una forma brutal de tiranía política.
Esa amplia y mayoritaria fracción de la sociedad venezolana que tiene la convicción de que la situación actual puede ser sobrellevada sin retroceder en los avances políticos, culturales y materiales alcanzados, no puede sino encontrar a su verdadero enemigo en el anónimo e infinito laberinto poder de la burocracia del Estado que esta destruyendo absolutamente todo a su paso.
¿Cómo se sale de un laberinto? Por arriba, volando con ideas…
Tomado de Primera – Línea Prensa
- Excluimos de acá a una izquierda más crítica, la que observa el panorama de manera un poco más escéptica pero que mayoritariamente apoya el proceso y reconoce sus liderazgo.
- Partido Comunista de Venezuela, Partido Patria para Todos y Tupamaros, principalmente.
- Todo los veedores internacionales han descartado algún tipo de irregularidad, incluso aquellos veedores que se posicionan en la antípodas del chavismo, como el caso del ex presidente de España: Rodriguez Zapatero.
- Condición primera para una salida violenta, es producir una crisis humanitaria que -por un lado, quiebre- a las fuerzas en el poder (especialmente a las Fuerzas Armadas); y -por otro. “sensibilice” a las potencias internacionales al punto que se decidan por un intervención aún más directa.
- Por cierto, un gran problema de la CNE para esta elección fue el no transparentar los millones de venezolanos y venezolanas que se encuentran fuera del país. El padrón fue por el total, incluyendo esas personas -al menos unos dos millones- que hoy no están en Venezuela. La razón de esta decisión es evidente: no transparentar el número de venezolanos y venezolanas que han abandonado el país por motivos económicos o políticos.
- 1953 a 1999.
- http://economia.noticias24.com/noticia/51729/ine-la-pobreza-extrema-estaba-en-21-durante-la-iv-republica-y-ahora-desciende-a-71/