Por María Emilia Tijoux, Socióloga, Universidad de Chile
Vivimos desplazamientos migratorios que son los más grandes y dramáticos de la historia contemporánea, cuando las migraciones se producen según los ritmos del capitalismo, el auge comunicacional y sus consecuencias para la adaptación a mercados del trabajo flexible.
Hasta los años noventa, cuando se abría un proceso de transición democrático coincidente con las crisis en países vecinos, Chile no había sido un país de inmigración y se caracterizó por lo contrario, por su emigración. Hoy es lugar del sueño sudamericano que se deja ver en el aumento de inmigrantes que intentan residir y trabajar. Son los desplazados de una pobreza de afuera que cuestiona lo nacional, son los desarraigados y los sospechosos, sujetos a la xenofobia y al racismo, pues se les considera portadores de un déficit de legitimidad política que los hace peligrosos para la nación.
El racismo ve a la inmigración como «un problema» porque se responsabiliza a los inmigrantes de la mayoría de las dificultades que vivimos y se identifica su situación de clase con el origen étnico desde las categorías inmigrante e inmigración. Como inmigrante la persona pierde la categoría de individuo que le daba un nombre y una historia y la inmigración termina transformando en homogéneo lo que es heterogéneo. La inmigración muestra un racismo contemporáneo, centrado en diferencias culturales y en lo que se declara como «incompatibilidad de formas de vida y de tradiciones» y a los inmigrantes se les aplica el principio de herencia, que supone la transmisión familiar de elementos biológicos, psíquicos y espirituales que en Chile son constantemente evaluados.
Este mito de la nación proviene del Estado Nacional ligado al origen o de la denominada identidad nacional que cuestiona la presencia del inmigrante. Es un nacionalismo que se cruza con el racismo haciendo problemáticos a los «otros» —los inmigrantes—, entendidos como los «inferiores» que permiten la «superioridad» chilena. En un contexto estatal-nacional, el racismo es clave, pues la producción de nacionalismo y de jerarquías de clase involucra la producción identitaria que descansa sobre la noción de raza. La clase juega como marcador de diferencia «racial» permitiendo que el par superior/inferior opere contra quienes formarían parte de las «razas inferiores» a partir de representaciones provenientes de la colonia. Esta ideología racista se produjo en Chile durante el siglo XIX, período en que el desarrollo buscaba el ideal blanco-europeo y se construía políticamente cuando llegaron a Chile inmigrantes europeos invitados por el gobierno para «blanquear la raza» y poblar los territorios del sur.
Actualmente el racismo surge como una producción relacional actualizada y promovida por el temor —la xenofobia— y la rabia —la heterofobia— que realzan, de manera generalizada y definitiva, diferencias reales o imaginadas sobre el otro a excluir, rechazar, expulsar o matar. Triunfan el discurso cientificista-político que genera un racismo biológico y una teoría racionalizada y legitimada, que se incorpora al sujeto racista e inscribe con toda su violencia al otro en la gramática del inmigrante.
Pensamos que es indispensable revertir el interés político de ver la inmigración como «problema» y detenernos en nosotros, en lo que somos y hemos sido y en las relaciones que construimos con los inmigrantes. Individualmente en las interacciones más cotidianas o en el modo en que el Estado trata el fenómeno. Hemos sido testigos de hechos crueles. Se ha quemado dos trabajadores peruanos en el norte, se ha secuestrado a jóvenes en el sur, ha muerto de frío un joven haitiano recién llegado a Chile y son continuamente ofendidas las mujeres en los metros y las micros. Se han pegado afiches racistas en las calles y se insulta a sus niñas y niños. La nueva ley no llega y el viejo decreto de 1975 no resuelve las urgencias de la inmigración actual en Chile. Sabemos que ella no resolverá lo que han fraguado las guerras, los desencuentros y lo que ha consolidado el sector dominante que divide a los trabajadores. Sabemos que será necesaria una educación contra el racismo que se despliegue en todos los ámbitos de la sociedad. Pero sabemos también que Chile se está mezclando, que la inmigración es una realidad y que precisaremos de mucho esfuerzo para terminar con los racismos que traslucen nuestro temor de lo que nos legaran los esclavos y los pueblos que históricamente los gobiernos han buscados aplastar.
(Tomado de Prensa Irreverente)